Credencialismo III. Tratamientos para la inflación de credenciales.

Si ya quedaste convencido con la explicación que los títulos y sistemas educativos no valen sino para perpetuar la estructura de clases que hay en vigor (ambas llegaron a ser portada de meneame!!) y comprendió el delicado veneno que esconde esto, gracias a este mapa conceptual, de seguro que estaba esperando una propuesta de solución al tema de la inflación de crendenciales. Voy a tomar como buena la enumeración de las posiciones políticas de consideración del escenario de mercado de credenciales y tratamiento de la inflacción de los títulos los tomaré del análisis de la página 219 y siguientes del libro de Collins[1].

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Estas son las posibles respuestas a la inflación de credenciales. Queda para Vd. el encajar el aprendizaje vehiculado sobre Internet en cada opción (un verdadero pasatiempo con muchas posibilidades):

Capitalismo credencialista: Se basa en el eterno laissez faire pero ignorando el hecho de la inflacción del credencial. La falacia subyacente dice que todos debemos adquirir tanta educación como sea posible para comprar todos los avances posibles en las carreras profesionales, así que todo está bien como está.

Socialismo credencialista: El gobierno debe de actuar para igualar la distribución de oportunidades educativas. Algo similar a lo que ocurrió en España a finales del sXX, me atrevería a decir que los últimos 15 años. También me atrevería decir que, pese a que me gusta la idea, mucho tendría que cambiar las cosas para que el gobierno tenga la capacidad de hacer esto ahora en ninguna ‘democracia’ occidental.

Fascismo credencialista: La idea es excluir minorías como norma de conducta. La limitación de las contrataciones por razones étnicas, es algo muy feo y que muchas veces se imbrica con el credencialismo de manual (Es decir, la gran parte de los inmigrantes –que se verían afectados por este fascismo- normalmente vienen sin credenciales, con lo que se puede explicar la separación de estos de los puestos de calidad del mercado de trabajo por razón de estos credenciales).

Pero el caso más claro de fascismo credencialista, en opinión de Collins, sería el de la utilización del Cociente Intelectual para la selección. Collins ve en esto algo perverso, incluso se emplea a fondo en los dos primeros capítulos del libro en demostrar que el CI tiene una acción muy limitada en cuanto al potencial laboral. Mi opinión es que, puestos a discriminar por algo, y aceptando que esto sería sólo sobre el papel, por lo menos sería un fascismo un tanto redistributivo que permitiría a miembros de clases inferiores de la sociedad acceder -en virtud de una característica personal como es la inteligencia[2]– a puestos de calidad que le pudieran dar el impulso para la movilidad social.

Radicalismo credencialista: Aquí se engloban a los que, vista la podredumbre del sistema, abogan por las escuelas libres o incluso la desescolarización. Esplendida postura por su preciosismo para una discusión entre amigos, ya padres, que sus mujeres les han dejado salir una noche y se la pasan bebiendo cervezas y arreglando el mundo.

Keynesianismo credencialista:Se trata de aceptar la verdadera naturaleza del credencialismo y aceptarlo como forma de mantener el

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funcionamiento de la economía. Esto es, al menos, honesto, porque evidentemente el sistema de credenciales sostiene una estructura económica masiva que, de resquebrajarse supondría una crisis que dejaría a la del ladrillo en un gag. Ahora, claro, esta postura postula el llevar a cabo alguna manipulación –insisto en que sería deseable, pero dudo que los gobiernos puedan llegar a hacer esto con el escenario actual- para evitar inflaciones tan manifiestas.

Abolicionismo credencialista. Esta es la opción predilecta de Collins, y ¡es que mira que son heavies estos americanos! En resumen, la exigencia de tanto estudio para un trabajo que no lo necesita es alienante, así que propone volver al punto en que las escuelas se mantenían por su propio producto/servicio y no por el valor de mercado de sus credenciales.

Básicamente esto implica no pedir requisitos de titulación para el acceso a los empleos y, no menos importante, crear una bolsa de paro necesariamente importante con los empleados que se mantienen por el sistema actual de credenciales. A cambio elevaría el nivel cultural de las escuelas, dice, y sería una cuña para eliminar las desigualdades económicas. Y el caso es que esto parece bonito, y casi te atrapa. Pero lo cierto es que no creo que se eliminaran desigualdades económicas, porque finalmente tendríamos instituciones de enseñanza que enseñan mejor y que por tanto cobrarían más por su servicio –dentro de un sistema desregulado de mercado- y estarían seleccionando a sus alumnos por un criterio económico. Vamos, que esto es, ni más ni menos que sustituir un esquema liberal con participación del estado al menos teórica, para uniformizar los títulos, por otro esquema liberal radical, y encima un tanto irrealizable; los que gastaran su dinero por estudiar en la escuela buena, querrían diferenciarse del resto, supongo. Y las empresas acabarían fichando a los de las escuelas ‘buenas’, intuyo, aunque se prohibiera imprimir títulos académicos.

Raúl Antón Cuadrado

[1] R. Collins. La sociedad Credencialista.

[2] Y asumiendo que la inteligencia se pueda medir por el cociente intelectual.

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